martes, 28 de septiembre de 2010

Típico día de lluvia

Llovía mucho, relampagueaba. El granizo chocaba contra mi ventana y abollaba el toldo de chapa amarilla del kioskito de al lado. La gente corría, gritaba escapándose de no se qué. Vi un señor pasar, medio gordito, bajito, pelado, con anteojos redondos medianamente chicos y cara de bueno; para nada pecoso, cachetón, en fin... uno de esos tantos tipos comunes y buenazos que nos cruzamos todos. Estaba corriendo, tapándose con una bolsa de papel la cabeza... para no mojarse la cabeza casi-pelada que tenía supongo yo. Lo vi pasar como cinco veces por la puerta de mi casa, sin detenerse ni siquiera a mirar por la ventana, o a ver las formas deterioradas de la pared. El corría, como si la lluvia lo estuviese persiguiendo y se pudiese escapar de ella. También vi a una parejita, cruzando la calle iluminados momentáneamente por las luces de los autos y esperando bajo un toldo a que pare un poco de llover. Ella tenía un vestido ajustado, corto. Lo que significa que tenía las piernas mojadas y totalmente descubiertas, heladas, flexionadas dando saltos para llegar mas rápido al otro lado de la vereda. En él no me fije mucho, era igual a todos los hombres entre los veinte y los treinta (sabemos que son -casi- todos iguales). Pensé en la noche que les habría arruinado la lluvia, una noche de sexo quizás. Quizas no la habia arruinado tampoco.
Me di cuenta que la lluvia arruina todo. Porque a pesar de que mucha gente dice que le gustan los dias lluviosos y salir a mojarse y besarse en la lluvia, desde mi ventana no pude ver a nadie con la lengua afuera esperando que caigan las gotas, a ninguna pareja besandose desaforadamente en alguna esquina, a ningun jóven salpicando los charcos... solo pude ver caras malhumoradas, sacudiendose los sacos, protegiendo sus mochilas, personalidades poco simpaticas persiguiendo sombras en alguna corniza, esquivando los goteos de algún balcón o de algún toldo, esquivando charcos y puteando a los autos que los salpicaban, caminando rápido y atolondradamente, corriendo a los colectivos (que ni pasaban). Seguramente todos ellos eran los que habían dicho que les gustaba la lluvia, que amaban la humedad (hasta que se dieron cuenta que les erizaba el pelo). Ellos mismos, los que te dicen una cosa y después otra, humanos. Malhumorados. Buscando esconderse de aquello que dicen amar: la naturaleza.