sábado, 26 de febrero de 2011

Yo tengo un oso que se llama Pepe...

Revisando el baúl de los recuerdos, me topé con mi viejo oso de peluche. Estaba con una expresión triste, ojos llorosos. Me dio lástima. Me dio culpa, mas que nada. No me acordaba cuando lo sacaron de mi cama, fue el peluche que más tiempo duro; de hecho, me acuerdo de haber dicho más o menos a los nueve años "siempre voy a dormir con este peluche, y cuando no, va a seguir estando sentado en la cama". Hasta ahí me acuerdo bien, y hubo una época en la que llevé todos mis peluches a una caja, y la caja a la baulera. Otros los regalé. Pero El oso Pepe seguía sentado en la cama. Nada iba a hacer que saquen a Pepe de mi cuarto.
No me acuerdo cómo, un día Pepe ya no estaba más. Yo no me di cuenta, pero alguien entro a mi cuarto y dijo "voy a sacar este peluche de acá, ya ni lo usa". Pasaron semanas, meses quizás. Yo me había olvidado de mi oso. Siempre lo recordaba con amor, creyendo que estaba ahí, en la cama al lado de los otros almohadones y nunca me di cuenta de que el oso no estaba.
Ayer, cuando buscaba unos papeles y lo vi tapado de libros y otras cosas, con esa carita y todo apretujado entre mis olvidos; me puse a pensar en cuándo se había ido, cuándo desapareció. Me olvidé de él. Lo raro es que cuando trataba de pensar en cuando se fue y pensaba momentos de mi vida, en todos estaba el: con mi primer novio a los once, en mis comienzos de la secundaria, en mi primera reunión grande con amigas, la primera vez que volví de bailar, con mis otros chicos, la noche en que se quedaron ocho amigas a dormir en casa después de salir y se armó un kilombo bárbaro, con las preparaciones de la fiesta de 15... y ayer. Ayer mismo me acuerdo de ir a buscar esos papeles después de estar acostada en la cama abrazando mi oso de peluche.